El 16 de agosto es una fecha de importancia capital en la historia compartida de Haití y la República Dominicana. En 1863, los Tiradores de la Guardia haitiana cruzaron las fronteras para liberar a la República Dominicana de las garras de las tropas españolas que intentaban someter nuevamente al país a la dominación colonial. Gracias a la determinación del Presidente de Haiti, Fabre Nicolas Geffrard y al valor de su ejército, se restauró la independencia dominicana. Sin embargo, este gesto heroico, este sacrificio de sangre haitiana por la libertad de una nación hermana, hoy está borrado de la memoria colectiva, oculto bajo velos de ingratitud.
En la República Dominicana, el 16 de agosto se celebra como una fiesta nacional, el día de la "restauración nacional". También es la fecha de la toma de posesión del presidente de la República. Sin embargo, en ningún discurso oficial, en ninguna ceremonia solemne, se menciona la intervención crucial de Haití. El papel central que nuestra nación desempeñó para garantizar la independencia de su patria es ignorado, casi borrado de la historia. Esta amnesia voluntaria revela la profundidad de la ingratitud que hoy marca las relaciones entre nuestras dos naciones.
Es crucial recordar este episodio histórico, no para exigir un reconocimiento eterno, sino para comprender cuánto las relaciones internacionales están a menudo marcadas por el egoísmo y el olvido. Tras la victoria decisiva del ejército haitiano sobre los españoles, el presidente dominicano Santana escribió a Geffrard, preguntándole qué debía el pueblo dominicano al pueblo haitiano. La respuesta de Geffrard, impregnada de nobleza, fue clara: "El pueblo dominicano no debe nada al pueblo haitiano, solo hemos hecho nuestro deber. Cuando la hermana menor está en peligro, la hermana mayor debe acudir a su rescate."
¿Qué queda hoy de esta grandeza de alma? ¿Qué queda de nuestra gloria pasada? Haití, antaño el orgulloso pájaro que volaba alto, parece hoy haber perdido sus alas. Nuestra nación, que alguna vez portó los estandartes de la libertad y la solidaridad, se encuentra reducida a una parodia de lo que fue. El recuerdo de nuestros logros se desvanece, y la ingratitud de otros pueblos no es más que el reflejo amargo de nuestra propia decadencia.
Haití, nuestra querida patria, está hoy en una encrucijada. Pero al recordar nuestro pasado glorioso, podemos recuperar la fuerza para levantar la cabeza, recordar quiénes somos y volar nuevamente hacia las alturas.
(edito24)
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